La historia en la comida
Pocos hemos advertido que la comida es una actividad a la que uno asigna una significación que se encuentra muy por encima del aporte de nutrientes y del placer que ella nos genera. En este acto cotidiano, en el momento mismo de sentarnos a la mesa, se oculta la historia entera de la humanidad.
La alimentación como función del ser humano está fuertemente relacionada con su modo de vida y refleja su educación y su cultura. Lo que come una población demuestra su riqueza o su pobreza, su escasez o su abundancia.
Sentarnos a la mesa para degustar un plato típico es un acto para recordar su historia.
En nuestra cocina peruana por ejemplo, la influencia indígena es bastante notable en determinadas regiones de nuestro país. Determinados ingredientes rinden cuenta de lo que nuestros antepasados recolectaban o tenían a la mano. La decisión de haber traído mano de obra para trabajar en las haciendas contribuyó a diversificar nuestra culinaria.
El hábito de comer es un hábito colectivo. Comemos en grupo y nos sentamos. El abandonar la posición erguida tiene una significación. No comemos comida: comemos emblemas.
Celebramos o rendimos homenaje a quienes encaminaron nuestras costumbres en la cocina.
Muchas veces nos preguntamos por qué utilizamos frases afectivas que se relacionan con la comida. Y es que cuando comemos lo hacemos de otro y con otro. Al comer con otros, nos comemos al otro.
La identidad cultural de nuestros pueblos se recuerda en las comidas. Cada vez que comemos un plato típico evocamos nuestro pasado. Cada vez que degustamos un delicioso anticucho estamos recordando la época en que los esclavos negros se alimentaban de las menudencias y sobras que quedaban de las vísceras de las reses.
Las recetas que a día de hoy consideramos como típicas de nuestro país no existirían sin la influencia de otros pueblos a lo largo de nuestra historia, como el africano, el chino o el italiano. Muchos de nuestros ingredientes, gracias a las migraciones o acontecimientos históricos, han influido en distintos alimentos que hoy conocemos. Pongamos por ejemplo a la papa, producto oriundo que hoy se consume en gran parte del mundo.
El transcurso de la vida humana está engastado en la cotidianidad del comer.
Quien prepara la comida, sea el cocinero o nuestra abuela, teje comunicación, entrega un mensaje de afecto y conocimiento. Muchas familias se han unido gracias al plato favorito que siempre degustan en sus reuniones. Una madre no prepara el almuerzo solo para alimentar a sus hijos, sino también para fomentar el compartir entre ellos.
La historia de una cultura permanece gracias a que sus integrantes mantienen vigentes sus alimentos. Hasta hoy comemos un tamal, un caldo de gallina, un sancochado o un arroz con leche. A pesar de la globalización, nuestra cultura se niega a perder sus raíces y costumbres.
Alrededor de una comida y un fogón subsiste la historia de un pueblo.
Comemos para recordar y recordamos comiendo. Consumir platos típicos refuerza las raíces familiares que van pasando de generación en generación. Cada vez que los comemos, afloran sentimientos y emociones. Recordar a ese tío que preparaba un exquisito ceviche es traerlo nuevamente a la memoria.
En nuestra cocina peruana, el fogón peruano, epicentro social de nuestra identidad colectiva, existen anfitriones anónimos que nos han contado y nos siguen contando la historia de nuestro pueblo. Comer no es solamente un hecho biológico, también es un hecho sociocultural.
Cada vez que nos llevamos a la boca una comida, estamos comiendo la historia, una fusión de historias a las que debemos recordar.